dilluns, de desembre 09, 2013



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En la caja de minerales, como en la vida, habían dos elementos que eran mis preferidos.
Uno era la sal gema, muy simpática por su nombre de persona y por su sabor. Si, lo confieso,he chupado los cubos de sal gema, también he comido gomas de borrar de nata y he sobrevivido.
El otro era el mercurio. Nunca se me ocurrió probarlo. La fascinación por el metal liquido era tanta que siempre lo tenía en las manos intentando estrujarlo y aplastarlo para ver si podía quedarse pegado. Pero no, El siempre huía.
He roto algún que otro termómetro silenciosamente para conseguir las misteriosas bolitas y ver como se persiguen y se juntan sin que quede rastro de su forma anterior.
Cada día iba a buscar el pequeño frasco con tapón de goma y liberaba al genio que se escapaba entre mis dedos, siempre indomable.
Una vez se me ocurrió que tenía que alimentar de alguna forma a esa cosa. Nunca he creído, (y sigo con esa idea) que fuese algo inerte y sin inteligencia, no hay criatura visible por el ojo humano, capaz de dividirse y unirse de forma tan rápida y espectacular. Ese esfuerzo y las horas de embobamiento que me proporcionaba debía recompensarlo de algún modo, además ,comiendo, la bestia engordaría y yo no deseaba otra cosa en el mundo, ni Nancys, ni bicicletas , (bueno si, quería un monopoly) pero aparte solo quería una bola gigante de mercurio para intentar cruzarla , nadar sobre ella o ver que ocurría dentro.  Y para que creciese que mejor que el único elemento por quien el mercurio tiene querencia? what else?
Mi madre me había advertido, y yo ya lo sabía, que el mercurio se comía el oro.
Lo que podía pasar más desapercibido si desaparecía, era el anillo de la primera comunión que me regaló alguna de mis abuelas. No lo llevaba demasiado. Era muy moderno, no tenía una perla gorda en el centro como los de mis amigas,  de verdad que en casa siempre hemos sido bastante modernos, o lo parecíamos. Mi anillo era como una galleta Girasol Rio, con unos surcos mate formando pétalos y un brillantito minúsculo en el centro. Bien...un buen festín para la bestia liquida, que era de tamaño menor que el anillo.
Si servía directamente en un plato el anillo, mi madre sospecharía y el poder de su zapatilla podía alcanzarme. Entonces, lo mejor era ponerse el anillo y fingir que había sido un accidente.
Así lo hice y sentí en mis manos el mágico metal alimentándose del pretencioso oro que quedo en casi nada. La pequeña partícula que se separó del Todo era minúscula, supongo que correspondería a la boca,  a pesar de su tamaño hizo un buen trabajo y dejo solo medio anillo para el recuerdo. 
sin embargo mi plan no funcionó, que tristeza, no engordó.... era igual que antes de merendar, decepcionante.

Casi no recuerdo las reprimendas de mi madre que seguro fueron del tipo: no te he dicho que no jugases con el mercurio llevando el anillo? Es que no podéis tener nada! Destrozona…o cosas por el estilo, pero yo hice lo que tenía que hacer.   
Por supuesto que en ningún momento di más valor al anillo que a su verdugo. Cuando tienes 10 años el oro no tiene valor ninguno ¿comparar 1m3 de oro frente a 1 m3 de mercurio? Como plantear esa cuestión ?
Luego ya crecí, supongo que hice nuevos amigos y ya nunca más he visto al mercurio, ni aquel ni a otro, ahora no lo dejan para jugar a los niños, que mal! tampoco se pueden partir termómetros porque son digitales.
Pero me queda un consuelo, aun debo llevar en la boca algún amalgama venenoso, eso dicen, de mercurio y plata que están muy bien donde están formando una sólida pareja.
Como ya se dijo aquí , con el oro el mercurio no tenía tanto feeling, imagino que por celos, o esas historias del macho alfa, o para ser correctos el macho Hg.
En fin, cosas que pasan en la tabla periódica. Y que deben ser contadas algún día.

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